Espero que les guste!
Un 24 de Noviembre del 2024 nació en un humilde barrio una hermosa y sana beba. Su madre la había parido allí, en su casa, muy alejados de la ciudad o de cualquier hospital.
De pronto, la pequeña puerta de roble de la casa fue tirada abajo y un grupo de hombres con uniforme entraron y le arrebataron de los frágiles brazos de Matilda a su hermosa hija, acto seguido, los padres de la niña son asesinados. El hombre con uniforme que tenía en brazos al bebé, tomó su celular y llamó a un hombre.
-Señor, Barreres fue eliminado, junto con su esposa. ¿Qué hacemos con la infante?-preguntó a su jefe.
-Yo voy a encargarme de la pequeña-contestó el primer ministro de la nación, desde su celular a varios kilómetros de distancia.
Poco tiempo después, en la vida de un hombre llamado Armando Muñoz, llegó su hija, a la que llamó Irina. La joven Irina vivía en una burbuja construida por su padre al que quería mucho y creía que era un hombre muy bueno. Ella vivía una vida estupenda, por el puesto de su padre tenía todo lo que quería y junto con eso, una educación escolar de primera. Pero la jóven ya con diecinueve años, nunca supo la clase de persona que era realmente su padre, quien se había vuelto presidente hace ya dos años, ni cómo estaba realmente el país en el que ella vivía.
Una noche, el 24 de Noviembre del 2044, luego del festejo de cumpleaños número veinte de Irina, ella estaba con sus maletas a punto de tomarse una limosina.
-Hija, ¿estás segura de querer hacer este viaje? Ya te dije, los de las provincias son mala gente, no son como nosotros-dijo preocupado el padre.
-Tranquilo, papá, voy a estar bien. No me hagas suspender el único viaje que puedo hacer en mi vida sin vos o sin tus guardias privados-respondió Irina en señal de demanda.
-Está bien, andá tranquila. Pero acordate, no hables con desconocidos y si…-dijo Armando, hasta ser interrrumpido.
-Y si alguien me pregunta, yo no soy la hija del presidente porque hay gente ignorante y salvaje que odia nuestro gobierno-interrumpió a su padre terminando lo que él iba a decir.
-Solo…cuidate, y disfrutá de tu viaje cultural-suspiró su padre resignado.
-Tranquilo, me voy a cuidar. Te quiero-abrazó a su padre y se despidió de él entrando a la limusina.
En el recorrido, las ventanas del poco humilde coche estaban polarizadas y así evitaban que el sol no llegara a la cara de Irina e hiciera que tuviera calor. Pero en realidad esos vidrios eran así para evitar que la joven viera como eran las calles del país.
Luego de siete horas de viaje, Irina llegó a su destino, la hermosa ciudad de Grandioculus, en la que se alojó en un hermoso hotel de cinco estrellas. Al llegar allí, dejó sus maletas en la habitación y salió con su cuaderno de dibujo a recorrer las calles. Visitó unos cerros muy grandes, los cuales comenzó a dibujar en su cuaderno, pasó una hora allí dibujando la hermosa vista.
De pronto, admirando su obra finalizada, tropezó con una roca y su cuaderno cayó a lo largo del cerro. Pero a los pocos segundos de caer, escucha un gemido de dolor. Irina, preocupada y curiosa, decidió mirar hacia abajo para ver que había pasado con su preciado cuaderno. Y al mirar observó a un joven de cabello negro y rulos escalando el cerro con el cuaderno sostenido con la boca.
Irina lo ayudó a trepar y cuando este ya estaba en la cima del cerro con ella, descansó unos segundos y luego habló.
-Esto es tuyo, supongo-le entrega el cuaderno en la mano.
-¿Qué estabas haciendo?-preguntó sorprendida.
-Escalar, mi gran pasión junto con tomar fotografías. Soy León-le da la mano esperando que ella le de la suya.
-Bueno, nos vemos-se dio vuelta para marcharse.
-Salvo tu cuaderno y ni un “gracias”. Me presento, y ni un apretón de manos. Creo que no sos muy cortés. ¿Aunque sea me vas a decir tu nombre?-dijo León, frenándola.
-Perdón, pero mi padre me dice que no hable con desconocidos-respondió cortante.
-¿Y siempre hacés caso de lo que dice tu viejo, linda?-preguntó en forma de burla.
-En primer lugar, me llamo Irina, no Linda. Y obviamente hago caso a mi padre, es lo mínimo que merece siendo el presidente de esta nación-contestó Irina, antes de darse cuenta que no tendría que haber dicho eso.
-¡Ah, bueno! ¿Tu viejo es el enfermo que hace de este país la bosta que es?-dijo León algo enojado.
-¡Mi padre no es ningún enfermo! Y si estás acá para hablarme mal de él, entonces me voy-dijo muy enojada.
-¡Esperá! No te vayas, dejame mostrarte algo, seguime-dijo algo excitado.
-¿Por qué habría de seguirte?-preguntó Irina con indiferencia.
-Porque…no conocés a nadie de esta ciudad y te hace falta un guía turístico. Además yo se lo que le gusta a las chicas como vos-contestó pícaramente.
-Esta bien, pero a la primera vez que me resulte sospechosa tu actitud me voy-dijo resignada.
León llevó a Irina a recorrer la ciudad y a la tarde deciden ir a una feria llena de juegos y atracciones muy entretenidas. Allí la joven dibujó una montaña rusa y la rueda de la fortuna mientras su compañero sacaba fotos de estas mismas. Estuvieron toda la tarde allí divirtiéndose hasta que eran ya las once de la noche y decidieron marchar.
-La pasé muy bien hoy con vos, León. Realmente fue estupendo este día al igual que conocerte-dijo Irina comiendo su algodón de azúcar.
-Bueno, entonces hay que repetirlo mañana. ¿Te parece?-Propuso con una sonrisa en su rostro.
-Me encantaría, pero…mañana a primera hora vuelvo para la capital. Mi padre nada más me dejó quedarme acá un día-contestó algo triste.
-Seguime, por favor. Tengo algo que quiero mostrarte-dijo él con mucha seriedad.
Irina siguió a su guía hasta llegar a un pueblo vecino a la ciudad, allí los ojos de la jóven se volvieron cristal cuando vieron algo que ni ella ni sus ojos podían creer. León la había llevado a un pueblo muy pobre, en el que la gente estaba casi desnuda y peleando por una gota de agua. Casas quemadas y olor a cloaca por todas partes. Edificios derrumbados, niños en las calles buscando comida en los cestos de basura. Era una espantosa escena, y la cara de Irina describía todo lo que sentía en ese momento.
-No…no…no tenía idea-dijo a los llantos y tartamudeando.
-Lo supuse. Pero lamentablemente esto no es todo-dijo León y luego le entregó un par de periódicos que hablaban de cómo estaba el país realmente con su padre a cargo.
-Esto es horrible, todos estos años mi padre siempre me ocultó el lugar en el que vivo. Por eso nunca me dejó estar sola, porque no quería que me diera cuenta de la clase de persona que es realmente y de lo mal que hace las cosas-murmuró Irina leyendo los diarios.
-Esta ciudad se llama Grandioculus, que viene de la mezcla de las palabras en latín “Grandes” y “Ojos”. Creo que vos sos el caso perfecto ya que parece que esta ciudad te abrió los ojos-ve que Irina estaba muy callada y pensativa.
-Y…ahora que sabés la verdad… ¿Qué pensás hacer?-preguntó algo curioso.
-Voy a volver-contestó ella decidida.
Esa misma noche tomó un micro que iba a la capital junto con León, en el viaje no dijeron nada. Solo durmieron uno apoyado en el otro, entre un que otro suspiro, su mente se calmaba en el vacío de su vida.
Llegaron al despacho de su padre con presencia decidida.
-Tu padre está fuera por negocios, tendría que llegar en un rato-dijo fríamente su asistente.
Sin saber que esta sería su última visita, Irina entró en la oficina de su padre. Empezó a revolver unas carpetas viejas en las que encontró una foto suya. En esos archivos vio su partida de nacimiento y otros documentos que llevarían a un antes y un después en su vida. Al leer esto el tono de su piel cambió inmediatamente a un tono muy pálido.
De pronto una ola de recuerdos invadió los pensamientos de Irina y vio en su cabeza el asesinato de sus padres, a ella recién nacida, y su traslado a la capital.
El silencio fue interrumpido por León, quien le advirtió que había escuchado un ruido. Y estaba en lo cierto, su padre había llegado y estaban cara a cara.
-¡Irina, mi amor! ¡Volviste! Pero algo más temprano, creí que el chofer te iba a buscar allá a esta hora-dijo sorprendido de ver a su hija.
-Decidí volver por mi cuenta-murmuró cortante.
-¿Y quién es él?-preguntó Armando mirando a León.
-Es un amigo que me hizo un enorme favor-contestó ella.
-¿Se puede saber cuál es?-preguntó interesado.
-Abrirme los ojos. Ya lo se todo, padre. Si es que así te puedo decir. ¡Se que me mentiste todos estos años! ¡Se que el país en el que vivimos es una mierda por vos! ¡Y se que soy adoptada y vos mataste a mis padres biológicos!-gritó estallando mientras arrojaba en su escritorio su partida de nacimiento con una violencia certera.
-Hija, tranquila-dijo acercándose a ella, tratando de que su hija olvidara el problema.
-¡No me toques!-se alejó de él y tomó rápido su arma, luego apuntó hacia su cabeza.
-¡Irina, no!-reaccionó León.
-¿Qué hacés, hija?-preguntó preocupado.
-Voy a terminar con todo esto, con todo este sufrimiento del que vos sos y vas a ser siempre el culpable-dijo decidida.
De pronto se le escapó un tiro al arma y lo siguiente que se escuchó fue gritos seguidos por el ruido de un gatillo. El piso de roble de la habitación resaltaba con una enorme mancha roja. Al final solo se escucharon pasos que se escapaban de la escena.
Ocho años después, Irina estaba yendo a buscar junto con León a su hijo Felipe a la pequeña escuela a la que asistía. Allí el pequeño de siete años les contó que su maestra les había enseñado el nuevo sistema democrático que se estaba por implementar, luego de esto les preguntó a sus padres por quien votarían en las primeras elecciones presidenciales del país.
Ellos no respondieron ya que luego de la muerte de Armando, ambos huyeron a un pequeño pueblo, ahora llamado su hogar. Estaban como fugitivos y ya Irina no llevaba el mismo apellido, ahora llevaba el de su verdadero padre. Y aunque amaba su nueva vida, a veces sufría cuando recordaba lo que había hecho accidentalmente esa mañana en la oficina del que había sido su querido padre.